Dexter ha vuelto, y con mucho canguelo. Pero que nadie se frote las manos, pues el canguelo lo da el esperpento que han hecho con la sexta temporada de nuestro asesino en serie favorito. Y es que mezclar Dexter y la religión es una bomba de relojería que puede acabar con la serie antes que canta un gallo. Tal vez ese sea el propósito de los productores y guionistas: prepararnos para lo inevitable, esto es, el fin de Dexter.
Pero más allá de conjeturas, la religión no es la única cagada. Los guiones, hasta ahora mordaces e inquitantemente inteligentes se han vuelto pobres, vacíos e insulsos. Y eso sin entrar en los monólogos interiores de Dexter, que intentan ahora dar una lección moral al espectador. Tal cual como suena. Sé que es patético, pero así es. Después de una cuarta temporada perfecta y una quinta de transición, esperábamos una sexta temporada arrebatadora, donde se anunciara el apocalipsis de Dex, pero también su victoria. Porque Dexter, aunque muera, debe ganar. Se lo merece.
Los personajes secundarios tampoco funcionan en esta sexta temporada. La personalidad paternalista de Batista ha mutado en resentida y apenada; la ambiciosa Laguerta parece desnortada en sus pretensiones; Mazuka está comedido en todos los sentidos y luego está Debra. Los que han hecho con este personaje es una de las mayores injusticias de la tele. De marimacho de apariencia fuerte pero vulnerable ha pasado a un grotesco personaje recién salido de una telenovela. Y es que su relación con Quinn resulta, como mínimo patética por la carencia de interés y lo ñoña que resulta.
De todas maneras, que nadie se asuste: no es que Dexter sea una mala serie; “sólo” es infinitamente peor que las anteriores, aunque infinitivamente superior al 90% de las series. Y tiene muchas cosas buenas entre ellas los malos: Edward James Olmos está muy grande y Colin Hanks, aunque sobreactuado, mejora con respecto a sus films…
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